miércoles, 7 de noviembre de 2012

Naufragando


Cierro los ojos en busca de la paz que se me escondió en algún lugar aquí dentro, entre los intestinos, detrás del hígado, en un riñón, o quizá entre las fibras de mi desgastado cerebro. Alimenté mis miedos a diario, sin embargo mis sueños hoy mueren de inanición. El reflejo de mis ojos está tan vacío como antes, como siempre. Pienso en las cosas que debí haber hecho, y me cuestiono por qué no fue así. Aunque viva cien años, mi arrepentimiento no podrá redimir mis errores.

Podría cantar cada canción que me sé, pero ninguna logrará tocar lo más profundo de mí; soy un pozo sin fondo, y nada me llena. Soy una carcasa vacía, soy un invento a medio terminar. Un cristal roto, una fotografía velada, un zapato desgastado, un charco sucio. Tengo menos vida que un desierto, y menos planes que un condenado.

¿De qué sirve entonces? Envío tantas señales, porque necesito ayuda, y necesito salir de aquí. Quiero que me dejen de afectar las cosas a este grado. Volver a sentirme llena, tan llena, a punto de explotar.

Arrójame algo siquiera. Preferiría algo para asesinar que algo para asirme y prolongar la agonía. ¿Acaso me he quedado afónica? Les estoy gritando en la cara que a diferencia de lo que creen, no, no estoy bien. Que me sangra el costado y que necesito más remiendos para mi corazón, y otros ojos que no ardan tanto cada vez que lloro. Otras manos que me ayuden a tocar, a crear, a curar, a cuidar. Otro cielo que no truene y amenace con caérseme encima a cada rato.

Necesito otro lugar para instalar mis sueños de manera permanente; no importa que sea pequeño, prometo amarlo y hacer de él un hogar. ¿Es mucho pedir otra oportunidad para volver a creer que la vida merece la suficiente pena de luchar contra una corriente tan fuerte?

No hay comentarios:

Publicar un comentario